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Un Mercedes, mi reino por un Mercedes!

El otro dia vi Ricardo III y yo de esto tengo que hablar.

Fué como una revelación pero sin el como: De mayor quiero ser malvado. Es que yo no había visto nunca la obra, no sabía de qué iba, así que ya fué una sorpresa agradable ver que el protagonista es el malo. Pero es que “malo” ni siquiera empieza a describirlo: es la esencia de la maldad, destilada, en su estado más puro. Maldad sin otro fin que ella misma, porque sí. Ricardo les da sopas con honda a malos de alta alcurnia como Falconetti, la Romijn-Stamos en “Femme fatale” ó Alan Rickman en “La jungla de cristal”. Otro gallo les hubiera cantado a los ewoks si el emperador Palpatine hubiese sido la mitad de malo que Ricardo.

Ricardo seduce a la viuda del anterior principe cuando ella está llorando el cadaver en la morgue: es algo así cómo “Le maté yo, pero lo hice porque te quiero” con los dedos cruzados a la espalda. Y tu dices “Jopé, se puede ser más malo?” Pues sí, porque Clarence, su hermano mediano, está convencido de que Ricardo le quiere. Tanto, que cuando los sicarios de Ricardo van a apiolar a Clarence, éste les dice “NO! Hablad con mi hermano Ricardo, que el os pagará más por mi vida que aquel que os manda por mi muerte”. Aquí es donde la maldad entra en el terreno de la elegancia: la babilla manaba de mis labios en perfecta sintonía con la sangre de Clarence.

Lo más alucinante de todo es que en ningún momento Shakespeare afea la conducta de Ricardo. O sea, vale, al final se muere, pero también se han muerto los sobrinitos, la esposa, los dos hermanos, el anterior rey y su hijo y eran más buenos que el pan y no les sirvio de nada. El mal no compensa? No sabría qué deciros, lo que seguro que no compensa es ser bueno y tener un hermano como Ricardo. Ó un tio. Ó un esposo.


Desde el lado Oscuro,

Carles de Gloucester