lunes, abril 29, 2002
El Viernes volvía un poco tarde del curro y ya había oscurecido. Salí de los
túneles antes del peaje para volver por la antigua carretera del
Vallvidrera. El motor roncó cada vez mas grave al ir perdiendo revoluciones
en el carril de desaceleración.
Nunca se me habría ocurrido recoger un autoestopista, pero esta chica estaba
en una zona bastante desolada antes de llegar a Las Planas, era oscuro,
estaba empezando a chispear y, para qué nos vamos a engañar, era guapa.
Cuando abrió la puerta le pude ver con claridad las facciones a la luz de la
bombilla interior del coche. Rasgos muy marcados y algo pálida, incluso
ojerosa, pero un rato guapa. Mi primer impulso fue preguntar "Quiá, mozá,
¿te quiés casar con yo que tengo tierra y tractor?" pero años de educación
en la exquisita escuela pública prevalecieron sobre mis instintos primarios
y le pregunté a dónde iba. Me dijo en una voz grave que a Sarriá. Grave pero
no desagradable, sólo... eso, grave.
Conduje suavemente, aquella carretera es un poco traidora y a veces hay
peatones por el arcén. En la radio, Bruce decía no sé qué de un tren que le
sale por la cabeza. Yo me exprimía las meninges buscando un tema de
conversación inteligente, en eso que llegamos al revolt de les monges y me
dice "Conduce con cuidado, en esta curva me maté yo".
Se me heló la sangre. Yo no sé disimular mucho, así que seguro que se me
notó en la voz mi profunda decepción cuando repliqué "Así que de follar, ya
ni hablamos ¿no?"
Carlesh Test Dummie (after Monteys)
[...más líbranos de los ciclistas, amén.]
jueves, abril 25, 2002
Tenía que ser un viaje sencillo: un solo pasajero sin equipaje y ninguna
pregunta. A la altura de Kings Mills tomamos una carretera secundaria, una
antigua nacional. Hacía años que la circulación por las rutas principales
estaba grabada con aranceles. En la ascensión hacia Ordal Bridge rodábamos
con los indicadores del 323 en verde, ahorrando combustible por si hiciera
falta luego. Las curvas fluían alrededor de la carrocería cómo el viento en
las alas de un águila. Empezamos a detectar ciclistas, un vehículo ligero
que lleva poco más que el piloto y un radar, generalmente a sueldo de los
polis ó los concesionarios. La concentración de radares aumentaba al
acercarnos a Frank Village así que decidí salir de la carretera y cruzar
campo a través. Me guiaba por el visual para no despertar los detectores de
radar, el motor en azul para no levantar una columna de polvo demasiado
visible. Dos radares móviles al este y una torre al sudoeste, parecía que
podríamos pasar por en medio cuando apareció una nueva señal de radar justo
encima nuestro. Pisé el gas a fondo y la super 97 inundó los cilindros en
una oleada que arrancó un gemido al motor, las ruedas traseras escupiendo
grava y los cinturones de seguridad provocándonos hematomas en una maniobra
de evasión condenada al fracaso: en menos de un minuto teníamos un
ultraligero de los concesionarios en la visual de popa. Con los indicadores
del motor en rojo y el parachoques de acero del 323 segando vides, la
carrocería se teñía de charelo y perelada. El ultraligero seguía pegado a
nuestros talones y no teníamos ningún bosque a la vista para camuflarnos.
Activé los pernos explosivos que abren las cubiertas de los depósitos de
armamento, el 323 brincando por la pérdida de penetración aerodinámica. El
viento aullaba una sinfonía de muerte en los tubos lanzacohetes, rematada
por el ruido de seda rasgada del misil filoguiado que aplastó al ultraligero
como a una polilla. Retomé la carretera con la intención de desviarme hacía
los acantilados de Garraf, pero tras la primera curva me encontré de frente
con un ciclista y un camión artillado de los concesionarios ocupando casi
todo mi carril. Los frenos inmovilizaron las ruedas y los neumáticos dejaron
impresa sobre el asfalto la trayectoria que me apartaba del camión... casi
lo suficiente. Al cruzarnos rozando perdí el sensor especular izquierdo y
parte de la pintura antiradar. Las ruedas quedaron desequilibradas por la
cantidad de caucho que habían entregado a la carretera en el frenazo.
Afortunadamente, no había viento huracanado.
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